Título : Sábado
Autor: IanMcEwan
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2005
Autor: IanMcEwan
Editorial: Anagrama
Año de publicación: 2005
Poco puedo decir de este autor, del que sólo he leído el
libro que comentaré a continuación. Supe de su existencia gracias a una crítica
de algún periódico, revista o algún medio de comunicación que no recuerdo muy
bien. Lo definían como un escritor indispensable y brillante. De hecho,
buscando por la red descubrí que en el Reino Unido tiene muy buena reputación.
Por ello, cuando vi su nombre en la biblioteca, no dudé en apostar por él,
aunque sinceramente: ojalá no lo hubiera hecho, o al menos, ojalá hubiera
escogido otra novela.
Decir que es mal escritor sería una gran falacia, pues nada
más lejos de la realidad. Tiene una técnica impecable e irreprochable. Lo que
ocurre es que resulta lento y aburrido. Dicho esto, creo que es de esos escritores
al estilo Virginia Woolf, que su falta de movimiento o te duerme o te estimula.
Personalmente, Virginia me apasiona, mientras que Ian McEwan, sinceramente,
todo lo contrario. No explora el terreno emocional o sentimental, se limita a
reflexiones puramente racionales (ya sean políticas, sociales o
circunstanciales -los términos técnicos, por ejemplo, cuando habla del trabajo
del protagonista (es neurocirujano) son muy tediosos, y poco útiles para el
avance de la historia, y no para de usarlos-) que en general se extienden mucho
y resultan poco estimulantes.
SÁBADO: 2003, LA GUERRA DE IRAK, LONDRES, COTIDIANIDAD Y LA CLASE MEDIA-ALTA:
Se nota que McEwan es un escritor con tablas, puesto que las
descripciones son muy exactas y eso
ayuda a que al lector le resulte fácil visualizar cada detalle, aunque como
contraposición tanta explicación sin acción se hace pesada.
Un buen ejemplo de ello: el partido de squash. Desde que
Henry, el protagonista, pisa la cancha, hasta que el partido acaba, te tienes
que comer veinte páginas enteras (no se trata de ninguna exageración: están
contadas, de la 121 a la 141, capítulo 2).
La historia trata de Henry
Perowne, un neurocirujano casado con una abogada, que tiene dos hijos, un
Mercedes, una casa de dos pisos, y escucha a Bach y a Schubert. Pese a lo que
pueda parecer, el tipo en sí no resulta pedante en absoluto. La historia de
Perowne transcurre un sábado en el que hay una manifestación en contra la
guerra de Irak en la ciudad de Londres (nos situamos en el 15 de febrero de 2003), y el tema
de la guerra es recurrente a lo largo de toda la historia. El protagonista no
cesa de reflexionar sobre las diferentes ideologías e intereses que se pueden
tener al respecto, pero siempre con una tendencia (tratándose de un personaje
como Henry Perowne ya se puede intuir) conservadora y tradicional.
Pese a lo dicho sobre la lentitud de la acción, en un sábado
Henry hace un montón de cosas, relatadas en primera persona, aunque todas más o
menos cotidianas: hace el amor con su mujer, juega una partida de squash, hace
la compra, visita a su madre, va a ver a a su hijo a un ensayo de su grupo de
blues, cocina…
Sobra decir que cada una de estas cosas está relatada con
mucho cuidado y detalle (curiosamente menos la parte del sexo) y va intercalando la situación presente con sus ideas y
racionamientos, que no tienen relación directa (pero sí indirecta) con las
circunstancias actuales del protagonista.
Esta descripción de la realidad junto a las divagaciones de
Henry, es lo que hace que la novela esté por un lado bien escrita, y por otro,
que su lectura suponga (voy a ser sincera) un auténtico suplicio.
Todo es así hasta que llegamos al cuarto capítulo (hay
cinco). Entonces toda la acción que le ha faltado a la novela, se concentra en
este capítulo. Así de golpe, donde el mundo ideal del protagonista se ve
amenazado por personajes conflictivos y de clase social baja. Hecho que desvela
bastante sobre la ideología política del escritor (ya sospechada por las
opiniones sobre la guerra de Irak del protagonista). Hay que reconocer que este
capítulo es realmente bueno, porque pasan una serie de cosas inesperadas, y es
lo que hace que, en cierto modo, no te sientas estafado o estafada del todo. De hecho, me atrevería a afirmar que lo que le sucede (intentan atracarlo a él y a su família en su propia casa) guarda cierto paralelismo con un ataque terrorista: un acto realizado por personas de diferente ideología o, en este caso, diferente nivel cultural y social, hace que la placidez de una persona dentro de un entorno bienestante se vea rota, o por lo menos, amenazada.
El final, aunque es bueno, no acaba de
contrarrestar el interminable sábado de un cuarentón soporífero hasta la médula.
En resumen, la brutalidad de la precisión de los
adjetivos no compensa esta falta de ritmo y actividad, y no es lo
suficientemente carismático o elocuente como para que despierte interés al
lector. Por más que al final se arregle, a la novela le sobran páginas y le
falta chispa.